Sentir como un niño y pensar como un anciano
- Alexander García Hernández
- 16 may
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 23 may
Cómo integrar presencia y sabiduría para vivir con más plenitud

¿Y si la fórmula para vivir mejor estuviera en combinar dos formas de estar en el mundo aparentemente opuestas? Los niños y los ancianos, en su manera de habitar la realidad, nos ofrecen claves fundamentales que muchas veces olvidamos en la adultez: la presencia total y la consciencia de la finitud.
Los niños viven intensamente el presente. Juegan, se emocionan, se frustran, se ríen… todo ocurre aquí y ahora. No se preocupan por el pasado ni proyectan ansiosamente el futuro. Están completamente sumergidos en el instante. Recuperar esa capacidad de asombro, de conexión emocional con el momento presente, puede ayudarnos a reducir la ansiedad, reconectar con nuestros deseos más auténticos y disfrutar más de la vida cotidiana. Sentir como un niño es, en parte, volver a habitar el cuerpo, las emociones, los sentidos.
Por otro lado, los ancianos suelen tener una visión más nítida de lo que realmente importa. Al saber que el tiempo es limitado, priorizan con más claridad. Se atreven a decir lo que piensan, a dejar atrás lo innecesario, a valorar las pequeñas cosas. Pensar como un anciano es tener presente que la vida es finita y que lo que hacemos con nuestro tiempo importa. Nos ayuda a tomar decisiones más conscientes, a dedicar energía a lo valioso, y a dejar de posponer lo que deseamos vivir.
La propuesta es sencilla pero poderosa: vive con la intensidad del presente de un niño, y con la sabiduría del límite de un anciano. Así, aprendemos a estar aquí con más plenitud, y a vivir con propósito.
En la práctica, esto puede significar detenerte a saborear un café sin mirar el móvil. Decidir decir “te quiero” sin esperar el momento perfecto. Bailar sin pensar en cómo te ves. O comenzar hoy eso que llevas meses postergando, porque no sabes cuántos días quedan.
El presente es lo único que realmente tenemos. Y la vida no es infinita. Cuando integramos estas dos verdades, nos volvemos más humanos, más conscientes… y quizás, un poco más felices.
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