Lo que parece, no siempre es
- Alexander García Hernández
- hace 5 días
- 2 Min. de lectura

Se cuenta que un anciano vivía en una aldea con su hijo y un solo caballo. Era pobre, pero se las arreglaba. Un día, el caballo desapareció. Los vecinos corrieron a decirle:
—¡Qué desgracia! ¿Cómo vas a arar la tierra ahora?
El anciano, con calma, respondió:
—¿Bueno, malo? Quién sabe.
Días después, el caballo volvió. No venía solo: lo acompañaban otros seis caballos salvajes.
—¡Qué suerte has tenido! —le decían todos.
Y él, sin alterarse:
—¿Bueno, malo? Quién sabe.
El hijo intentó domar a uno de los caballos nuevos, pero cayó y se rompió una pierna. De nuevo, los vecinos vinieron a consolarle:
—¡Qué mala suerte!
El anciano repitió, como si ya lo hubiera ensayado:
—¿Bueno, malo? Quién sabe.
Una semana después, el ejército llegó al pueblo. Reunían a todos los jóvenes para enviarlos a la guerra. Al ver que el hijo del granjero tenía la pierna rota, lo dejaron en paz.
—¡Qué suerte la tuya! —le decían entonces.
Pero el anciano, como siempre, respondió:
—¿Bueno, malo? Quién sabe.
Este cuento se desliza por generaciones como si supiera algo que a veces olvidamos: que la vida no se deja entender del todo en el momento en que sucede. Nos aferramos a etiquetar lo que ocurre —esto es bueno, esto es malo, esto es justo lo que necesitaba, esto es una catástrofe—. Pero la realidad tiene giros que no controlamos. Lo que hoy parece un problema, mañana se revela como un punto de inflexión. Lo que hoy celebramos, tal vez más adelante lo miremos con otros ojos.
Quizás no se trate de dejar de sentir, ni de volverse indiferente. Tal vez se trate de cultivar una pausa. De aprender a decirnos, de vez en cuando: “No lo sé todavía”.
Porque a veces, eso es lo más sabio que podemos hacer.
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