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El arte de hacer amigos en tiempos modernos

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Hacer amigos parece algo espontáneo en la infancia y la adolescencia, cuando compartimos clases, juegos o actividades extraescolares. Sin embargo, en la vida adulta el escenario se complica: las responsabilidades laborales, la pareja, la familia o incluso la rutina diaria hacen que el tiempo y la energía para socializar se reduzcan. A esto se suma que los espacios de encuentro son menos naturales que en la juventud. No es raro escuchar a personas que se sienten solas y que confiesan que les cuesta conocer gente nueva. La buena noticia es que la amistad se puede cultivar a cualquier edad, aunque exige intención, constancia y cierta valentía.


El primer paso es entender que hacer amigos no consiste en acumular contactos, sino en generar vínculos de calidad. Hoy en día podemos tener cientos de seguidores en redes sociales, pero sentirnos profundamente solos. No se trata de cuántas personas hay en tu lista de contactos, sino de cuántas de ellas estarían dispuestas a escucharte en un mal día, a celebrarte en un buen momento o simplemente a compartir contigo la cotidianidad. Para alcanzar ese nivel de conexión, la autenticidad es fundamental. Mostrarte tal y como eres —con tus virtudes y también con tus imperfecciones— resulta más sólido y atractivo que intentar encajar en lo que crees que los demás esperan de ti.


Otro aspecto esencial es la constancia. Muchas relaciones se quedan en la superficie porque no se les dedica el tiempo suficiente. Un vínculo se construye a base de experiencias compartidas y de pequeñas muestras de interés. Algo tan simple como enviar un mensaje, proponer un café, recordar una fecha importante o interesarse genuinamente por la otra persona tiene un peso enorme. La amistad no suele nacer de grandes gestos espectaculares, sino de una sucesión de detalles repetidos en el tiempo. Como ocurre con una planta, necesita riego regular: sin cuidado, se marchita.


Además, es importante asumir un papel activo. No basta con esperar que los demás den el primer paso; ser proactivo al abrir conversaciones, mostrar disposición para compartir experiencias y aceptar invitaciones facilita el camino. A veces puede ser incómodo salir de la zona de confort, especialmente si uno lleva tiempo sintiéndose aislado, pero justamente ese riesgo es el que abre la puerta a nuevas conexiones. Desde un punto de vista psicológico, esta incomodidad no es señal de que algo vaya mal, sino la prueba de que estamos creciendo en un área que nos importa.


También conviene recordar que la amistad es recíproca. Dar y recibir se equilibran en el tiempo, pero lo que sostiene el vínculo es la sensación de cuidado mutuo. Una relación se vuelve frágil cuando solo uno de los dos aporta, insiste o se interesa. Aprender a escuchar, a preguntar y a estar disponibles para los demás nos convierte en amigos valiosos, y eso aumenta la probabilidad de que esas personas también estén para nosotros cuando lo necesitemos.


Otro factor que suele pasar desapercibido es la paciencia. No podemos esperar que alguien que acabamos de conocer se convierta de inmediato en un amigo íntimo. La confianza se construye con lentitud, a medida que se acumulan vivencias, confidencias y gestos de apoyo. Forzar la intensidad desde el principio puede resultar contraproducente, porque genera presión en el otro. Dejar que la relación madure de manera natural permite que la amistad se asiente sobre bases más firmes.


Por último, es útil reconocer que la amistad cambia con el tiempo. Puede que ya no tengamos los grupos grandes de la adolescencia, pero en la madurez solemos valorar más las relaciones íntimas, sinceras y estables. El hecho de que sean menos no significa que valgan menos; al contrario, pueden ser mucho más profundas y significativas. De hecho, numerosos estudios en psicología resaltan que las personas con amistades cercanas disfrutan de mayor bienestar emocional y presentan menos síntomas de ansiedad y depresión.



En definitiva, hacer amigos en la edad adulta es posible si se combina autenticidad, constancia, paciencia y apertura. No existen recetas mágicas, pero sí caminos: interesarse por el otro, compartir experiencias y permitir que la confianza crezca poco a poco. Porque la amistad no se improvisa; se construye con voluntad, con pequeños gestos y con la capacidad de estar presentes en la vida de alguien más. Y, en última instancia, no se trata solo de rodearnos de personas, sino de nutrirnos de vínculos que nos recuerden que no estamos solos en el viaje de la vida.

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  • Psicologo Alexander
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