Reparto justo, relación sana: el papel clave de los acuerdos en la convivencia
- Alexander García Hernández
- 31 jul
- 3 Min. de lectura

En muchas relaciones de pareja, el amor y la afinidad emocional no son suficientes para garantizar una convivencia armónica. Uno de los focos de malestar más frecuentes —y, a menudo, subestimado— tiene que ver con cómo se reparten (o no) las tareas del día a día: fregar los platos, poner lavadoras, hacer la compra, sacar la basura, planificar las comidas o llevar a los niños al colegio. Pequeñas acciones que, cuando no se distribuyen con equidad, generan una gran carga emocional.
Las tareas invisibles también pesan
No todas las labores compartidas son físicas o visibles. Muchas parejas enfrentan tensiones por la carga mental: esa lista interminable de cosas por hacer que uno de los dos suele llevar en la cabeza sin que se note —y que rara vez se verbaliza o se negocia—. Saber cuándo hace falta poner una lavadora, qué falta en la nevera, qué regalos hay que comprar o cuándo hay cita médica forma parte de un tipo de trabajo silencioso que desgasta profundamente cuando no se reconoce ni se comparte.
El reparto desigual como síntoma (y causa) de conflicto
Cuando uno de los miembros de la pareja asume sistemáticamente más tareas que el otro, es fácil que aparezca una mezcla de emociones difíciles: frustración, rabia, sensación de injusticia, y también culpa o miedo a generar conflicto si se saca el tema. Este desequilibrio puede ser tanto causa como consecuencia de una dinámica relacional deteriorada, donde no se han establecido límites claros ni acuerdos explícitos.
En consulta, es habitual que las parejas lleguen con quejas generalizadas (“siento que siempre tengo que hacerlo todo yo”) que esconden una falta de estructura y de negociación consciente en el reparto de funciones.
No basta con “ayudar”: el cambio empieza con un acuerdo
Uno de los errores más comunes es pensar que uno “ayuda” al otro con las tareas del hogar o la crianza. Este lenguaje, que suena bienintencionado, revela un modelo desigual: si yo te ayudo, entonces tú eres quien tiene la responsabilidad principal. Y no se trata de eso.
El verdadero cambio comienza cuando se reconocen las tareas como una responsabilidad compartida. Y para ello, los acuerdos explícitos son fundamentales: quién se encarga de qué, cómo, cuándo y con qué nivel de exigencia. Este tipo de pactos no se improvisan ni se suponen. Se conversan, se ajustan y, sobre todo, se revisan con el tiempo.
¿Cómo establecer acuerdos que funcionen?
Algunas claves que trabajo con frecuencia en terapia de pareja:
Visibilizar lo invisible: Hacer una lista real de todas las tareas —incluyendo las más pequeñas, como cambiar el rollo de papel higiénico o poner el lavavajillas— para que todo lo que requiere la vida compartida quede claro.
Escuchar sin defenderse: Crear espacios donde poder expresar las sensaciones de sobrecarga sin que el otro se ponga a la defensiva.
Negociar desde la corresponsabilidad: Buscar acuerdos que se perciban como equitativos, no idénticos. Lo justo no siempre es lo mismo para todos.
Evitar la contabilidad emocional: Llevar la cuenta de quién hizo más puede generar más conflicto que solución. Lo importante es el compromiso conjunto.
Flexibilizar y revisar: Un acuerdo que funcionaba en una etapa puede quedar obsoleto en otra. La vida cambia, y los pactos deben actualizarse.
Conclusión: acuerdos como base de una convivencia sana
La pareja no es solo un espacio de afecto y deseo, también es un proyecto práctico que requiere organización, compromiso y negociación. Cuando las tareas —desde las más visibles como cocinar o barrer, hasta las más invisibles como recordar el menú semanal— se distribuyen desde el acuerdo mutuo y no desde la inercia o la desigualdad, la relación se fortalece. Porque más allá del amor, lo que sostiene una convivencia a largo plazo es la capacidad de colaborar, de cuidarse mutuamente... y de pactar.
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