Tengoqueísmo: el arte de tener algo que hacer
- Alexander García Hernández
- 26 jun
- 2 Min. de lectura

Vivimos en la era de la ocupación perpetua. No solo trabajamos, sino que tenemos que hacer cosas. El tengoqueísmo —ese fenómeno cotidiano que convierte cada instante en una obligación— se ha colado silenciosamente en nuestras vidas. No es un diagnóstico, pero sí una epidemia moderna. Y como toda epidemia silenciosa, tiene consecuencias.
¿Qué es el tengoqueísmo?
El tengoqueísmo es una forma de vivir bajo el dominio constante del “tengo que…”:
Tengo que trabajar
Tengo que responder a ese mensaje
Tengo que ser más productivo
Tengo que descansar bien (¡incluso el descanso se vuelve una tarea!)
Es una especie de imperativo moral constante que transforma el deseo en deber, la preferencia en exigencia y el bienestar en rendimiento.
¿Por qué nos pasa esto?
Existen al menos tres factores clave:
El contexto cultural hiperproductivo: vivimos en sociedades donde el valor personal se mide muchas veces por lo que hacemos, no por lo que somos. El tiempo improductivo es casi un pecado.
El miedo al vacío: no saber qué hacer o tener un rato libre se vive muchas veces como amenaza, no como descanso. El tengoqueísmo rellena ese vacío con tareas, aunque sean absurdas.
La autoexigencia mal entendida: confundimos responsabilidad con sobrecarga. Muchas personas sienten que si no hacen algo útil, están fallando.
Las consecuencias invisibles
El tengoqueísmo puede parecer inofensivo, incluso necesario. Pero su impacto es profundo:
Genera ansiedad basal, como un ruido de fondo constante.
Dificulta el disfrute del momento presente.
Alimenta el síndrome del impostor (“si paro, se notará que no valgo tanto”).
Erosiona la libertad personal: cuando todo es un “tengo que”, ya no hay elección.
¿Y si no hicieras nada?
No hacer nada no es improductivo. A veces es la mayor forma de resistencia. El arte de tener algo que hacer no debería consistir en llenarse de tareas, sino en aprender a habitar el tiempo de forma significativa. Saber cuándo actuar y cuándo parar. Porque no todo impulso a la acción merece obedecerse.
Del tengo que al “elijo que”
Una clave práctica para empezar a desmontar el tengoqueísmo es reformular internamente las frases:
En lugar de “tengo que llamar a mi madre”, prueba con “quiero hablar con mi madre porque me importa”.
Sustituye “tengo que descansar” por “me doy permiso para parar”.
Este pequeño giro semántico puede tener un impacto enorme en la sensación de agencia y libertad personal.
Conclusión: vivir con menos urgencias y más sentido
Combatir el tengoqueísmo no implica volverse irresponsable. Al contrario: se trata de reconciliarse con la acción, pero desde la elección y no desde la obligación perpetua.
¿Y tú? ¿Cuántos “tengo que” has acumulado hoy? Tal vez sea el momento de soltar algunos. No por pereza, sino por respeto a ti mismo.
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